Colgarse o no colgarse 

Primero se rompió una y luego la otra. Me quedé sin dos de las tres persianas del salón de forma que me acostumbré a vivir en penumbra. Por suerte era verano y casi mejor con las temperaturas que hay por aquí. Pero no era plan de seguir así para siempre. En realidad, parecía un problema sencillo ya que solo se habían roto las cintas de las persianas de madera. Suponía que cambiando la cinta ya estaba el problema resuelto. Pero no.

Se da la circunstancia de que en esa parte de la casa las persianas van con el cajón por fuera de la ventana, algo de lo que ni siquiera me había dado cuenta desde que vivía ahí. No estoy muy atento al mundo de las persianas, pero hasta esto tiene sus particularidades. Lo sé porque el primer persianista que llegó para intentar resolver el entuerto me empezó a soltar una cantidad innumerable de detalles técnicos y nombres desconocidos para mí que me dejaron mareado. Pero el resultado de toda es maraña técnica fue: no se puede arreglar a no ser que te cuelgues por fuera. Y él tenía clara una cosa en la vida: no se iba a colgar para arreglar una persiana, por muy persianista que fuera.

Así que tuve que hacer una labor investigadora para determinar quiénes habían sido los artistas que habían colocado ahí esas persianas de madera de forma que el cajón quedara por fuera de la ventana. Realmente queda más bonito, pero por lo que me dijo el primer persianista son un arma de doble filo, porque como se rompa la cinta… a colgarse.

Finalmente localicé a la empresa que se había encargado de la mayor parte de las persianas del edificio y se presentaron en mi casa a los pocos días. Y sí, uno de los dos persianistas se tuvo que colgar un poco por fuera, aunque yo preferí no verlo: tengo vértigo hasta de otras personas. Pero lo importante es que nadie sufrió daños y mis persianas quedaron estupendas. Ahora ya puedo volver a ver la luz del día desde el sofá de mi salón.