Soy bibliotecario y con la cuarentena me tuve que quedar en casa confinado sin trabajar. La verdad es que me doy cuenta de la suerte que he tenido porque muchas personas se han quedado en casa sin trabajar… y sin cobrar. Yo soy funcionario así que he seguido cobrando. Y aunque al principio se planteó el teletrabajo para avanzar en algunas cuestiones, al menos en mi departamento, no llegó a funcionar realmente. Conclusión: semanas de vacaciones, pero encerrado.
Por otro lado, en mi casa mi mujer sí tenía que trabajar y tenemos un niño pequeño que se quedó sin cole, así que yo fui el señalado por razones obvias para encargarme del peque durante este tiempo. Me tocaba ser padre, profe, lavandero… y cocinero. Ya desde el primer día pensé que podía ser un buen momento para aprender a cocinar decentemente. O sea, sé freír un huevo, hacer un poco de pasta, etc. Pero eso no es cocinar.
Y como pinche de cocina, el niño. El primer día nos vinimos un poco arriba y hasta creamos una cuenta de Instagram entre él y yo: se trataba de subir la foto de un plato nuevo elaborado por los dos. Con crema de leche para cocinar, harina y huevo comenzamos por lo más básico: una tarta. Estuve mirando alguna receta por internet y pregunté dos o tres cosillas a mi mujer que respondió con evasivas: cosas del teletrabajo.
Cuando estuvimos mirando un poco por redes sociales nos dimos cuenta de que no habíamos sido los únicos que habíamos aprovechado el confinamiento para cocinar en familia. Las redes se llenaron de tartas de dudoso aspecto, de galletas medio rotas y de alguna fritura poco agraciada. Pero nadie nace aprendido, ¿no?
Tengo que decir en tuvimos la suerte del principiante y con la primera receta que incluía crema de leche para cocinar, leche, huevo y harina, además de limón nos salió bastante bien de aspecto. No era perfecta, pero se podía presentar. Pero lo mejor era el sabor, como en las pastelerías. Lo malo de todo esto es que acostumbrarse a cobrar sin trabajar. ¡A ver quién vuelve cuando nos liberen!