Galicia, finales de enero. Siete de la tarde de un viernes. En un bar, un grupo de personas conversa animadamente. Nada fuera de lo común de no ser porque no se encuentran en el interior del local sino sentados en la terraza, en la calle. Resguardados bajo los mismos parasoles que dan sombra durante el verano (y que ahora les protegen del rocío de la noche), con la compañía de algunos calefactores de exterior que crean un ambiente agradable a pesar de las bajas temperaturas, charlan sobre sus planes de fin de semana, sobre el tiempo, la política o el futbol.
No son los únicos: alrededor de la plaza todas las cafeterías y cervecerías tienen sus terrazas abiertas. A pesar del frío, incluso en las mesas de la tienda de yogur helado apenas hay sitio donde sentarse mientras que en el interior del local más de la mitad de las sillas están desocupadas.
Resulta obvio que la moda del terraceo de invierno ha llegado para quedarse: incluso en el norte donde el clima no parece propicio es cada vez más frecuente quedar para tomarse un café o unas cañas en la calle.
Una costumbre que nació de la necesidad tras la Ley Antitabaco que entró en vigor en enero de 2007 y que prohibía que se fumase en el interior de bares o restaurantes con menos de cien metros. Mientras que en los establecimientos de mayor tamaño se habilitaban zonas apartadas para los fumadores, para la mayoría de hosteleros la nueva ley les planteaba la necesidad de mantener las terrazas también en invierno. Aunque en aquel momento se pensó que esta medida generaría pérdidas, ya que nadie en su sano juicio iba aceptar tomar su consumición en el exterior del local durante los meses fríos, a la larga resultó ser una fantástica oportunidad de negocio.
Animados por una tendencia que se consolida, los hosteleros acuden ahora a empresas que diseñan y construyen cubiertas de terrazas para profesionales para crear coquetos y acogedores espacios que proporcionan a calles y plazas un encanto añadido tanto para los vecinos como para los visitantes.