Sabores del atlántico en las Islas Cíes

Visitar las Islas Cíes siempre había sido uno de mis sueños. Había visto fotos de sus playas de arena blanca y aguas turquesas, pero lo que no imaginaba era que también encontraría allí una experiencia gastronómica tan especial. Cuando llegué en barco desde Vigo, con el sol brillando sobre el Atlántico, ya sabía que aquel día iba a ser inolvidable.

Las Cíes no son un destino de lujo ni de grandes restaurantes, y eso es precisamente lo que las hace únicas. Todo gira en torno a la sencillez, a los sabores del mar y a la tranquilidad que se respira en cada rincón. Nada más desembarcar en la isla de Monteagudo, caminé hacia el pequeño puerto y me encontré con el primer restaurante, situado junto al camping. Allí se respira un ambiente relajado, con mesas al aire libre y vistas al océano.

Pedí una ración de pulpo a feira y una cerveza bien fría. Mientras esperaba, observaba cómo los barcos llegaban y se iban, y el murmullo de los visitantes se mezclaba con el sonido de las olas. El pulpo estaba tierno, con el punto justo de pimentón, y el pan gallego que lo acompañaba era una auténtica delicia. Aquel primer bocado me supo a mar y a verano.

Más tarde, decidí probar otro de los locales, el Restaurante Rodas, que lleva el nombre de la famosa playa considerada una de las más bellas del mundo. Allí opté por un arroz caldoso con marisco. El camarero me contó que todo el marisco se trae fresco desde las rías cercanas: mejillones, navajas y almejas que casi parecen recién recogidas. El sabor era puro, natural, sin artificios.

Lo que más me gustó de comer en los restaurantes cies fue esa sensación de conexión con el entorno. No hay coches, no hay ruido, solo el viento, el mar y el aroma de las parrillas donde asan pescado del día. Después de comer, me quedé tomando un café mirando la playa, y pensé que no se necesita mucho más para ser feliz.

Al final del día, antes de regresar en el barco de vuelta, compré un helado y me senté en el muelle a disfrutar de la puesta de sol. Mientras el cielo se teñía de naranja, tuve claro que los restaurantes de las Islas Cíes no solo alimentan el cuerpo, sino también el alma.