Aunque la gemología reconoce más de tres mil especies de minerales, la consideración de piedras preciosas y semipreciosas está reservada a unos pocos: el diamante, la amatista, el zafiro, etcétera, que por simple desconocimiento del gran público se comercializan en joyería con la denominación de «brillantes». Hablar de pendientes, collares, broches o anillos de brillantes es hacerlo, en muchos casos, de rubíes, una de las gemas más utilizadas en este sector.
También llamado carbúnculo, el rubí forma parte de la familia del corindón. Su color rojo tan característico está asociado con el amor, la protección y la dominación. Su rareza geológica justifica el alto precio que se paga por este mineral y el glamour que lo rodea.
El diamante, brillante por excelencia, debe su natural luminosidad a una composición única (carbono puro cristalizado). Su dureza es tal que solo otro diamante logrará rayarlo, obteniendo un diez en la Escala de Mohs. Además de los diamantes normales, existen en el mundo otros de color azul, rosa, rojo e incluso verde.
Otra de las piedras semipreciosas con mayor demanda en joyería es la amatista, célebre por su intenso color púrpura y sus propiedades mecánicas, con un grado de dureza de siete en la citada tabla de Mohs. Los yacimientos mineros más importantes se encuentran en Madagascar y Brasil. Aunque se haya empleado en joyas de gran valor, esta variedad del cuarzo es más asequible que otros minerales.
Por su parte, el zafiro es otra variedad del corindón, reconocible por su color azul y su pureza superior a otras gemas. Al aficionado a los ecos de sociedad no le sorprenderá descubrir que la realeza siente afición por este brillante. Una muestra de ello es el anillo de compromiso de la difunta Diana de Gales.
Como el diamante o el zafiro, la gema esmeralda pertenece al selecto grupo de piedras preciosas. Simboliza desde tiempos inmemoriales la esperanza, la inmortalidad, el poder o la amistad.